Normalmente la inspiración suele aparecer cuando los más oscuros sentimientos emergen hasta darnos en las narices; en aquellos momentos en los que uno se siente, moralmente, deshauciado. Cuando el final del camino parece haber llegado, no hay vuelta atrás y delante sólo queda un precipicio. Entonces va y llega, y le dan a uno ganas de escribir.
¡Ah! Ese gran melancólico que lo fué, Don Antonio Machado. Ese señor no escribía, lloraba los poemas sobre el papel, pero qué bonitos son.
Ese par de dos con los que salgo en la foto, me han hecho vislumbrar en más de una ocasión primeros párrafos como el de este texto, pero por el contrario, también me han hecho reir cuando más lejos estaban los míos. Son como mi pequeña familia de Los Asperones. Los quiero, sin duda. Esta mañana mi colega el Blankito (de los tres, el que se sostiene sobre dos patas con camisa blanca), me ha llamado y me ha hecho recordar aquellos momentos cuyas coñas se contaban por decenas al cabo del día. Cuando poníamos a la gente a parir, o nos echábamos esas partidillas de parchís, o hacíamos de la oficina nuestra casa... En fin, para qué contar. Por un momento he creído que estaba allí, pero no lo estaba.
Es cuando me ha entrado el Machadismo, no lo he podido evitar, aunque tampoco he podido evitar, todo hay que decirlo, disfrutar con un recuerdo como hace tiempo no hacía.
Un abrazo pa mi Blankito y otro pa mi Jacko.